garabatos

¿Qué he aprendido de mi (no) cáncer de tiroides?

Me operaron de tiroides hace tres semanas. Sé que en principio es una intervención que no me debería haber preocupado, pero los médicos hablaron de un posible cáncer y esa palabra, por muy curable que sea el tumor, acojona. Lo primero que piensas es que no puede ser, que eso que el cirujano nos está diciendo no puede ser verdad. Que esas cosas les suceden a otras personas. Pero es ahora, tres semanas después de que extirpasen esa glándula que nadie sabe exactamente para qué sirve, cuando he tenido la confirmación de que fue una falsa alarma. ¿Qué he aprendido de estos días?

Sobre mí he comprobado que, aunque soy más hipocondríaca de lo que pensaba :), también soy más fuerte de lo que creía y he sido capaz de bloquear los pensamientos negativos incluso en los peores momentos: las noches. Me he apoyado en mi familia y en ciertos amigos, pero también en mi propia lucha para estar entera ante la incertidumbre, no perder los nervios e, incluso, animar a los demás. Por mí, claro está, pero también por ellos, porque el trago no era fácil para ninguno.

Sobre mi familia no he aprendido nada que no supiera: están siempre, para lo bueno y, sobre todo, para lo malo. Soy muy afortunada. ¡Y encima con comida de la mama todos los días!

Sobre mis amigos, mis compañeros y mis jefes, he visto que le importo a muchas más personas de lo que jamás habría imaginado. No sé cómo agradecer tanto amor. Lo pienso y me emociono. Gracias por tanto. Por los desayunos que llegan por mensajero, por los libros, las revistas, los bombones, los bollos, los geles con forma de Pony, los llaveros de ojos saltones, los rezos, la caja de bobinas de cine, los videojuegos y películas prestados, las claves de Netflix y, sobre todo, por las visitas, las llamadas y los What´s App. Gracias de corazón. Y gracias, Raquel, por ser la mejor “representante”.

Sobre el (no) cáncer, he comprobado que da mucho miedo, pero que hay que ser fuerte. No porque esto ayude (es algo que no sé), sino porque es la única manera de no vivir el proceso con más amargura de la necesaria. Recuerdo las dos semanas que pasaron desde que me detectaron las células en crecimiento hasta que me operaron como de las más largas de mi vida. Cada hora tardaba un siglo en pasar, ¿os imagináis cómo hubieran sido si me hubiera dejado llevar por la desesperación? También he aprendido que cuando una persona pasa por un susto similar, frases del tipo: “no te preocupes, todo va a estar bien”, no valen de mucho porque, aunque agradeces los ánimos, tu mente responde: “cómo vas a saber tú qué tengo si no lo sabe el médico” o “a ti también te cuesta asimilar que algo así pueda pasar” o pensamientos del estilo. ¿Qué ayuda? Algo tan sencillo como escuchar. No siempre se tienen ganas de hablar, pero sorprende la facilidad con que el tema sale en cuanto abres la boca. Al menos en mi caso, no podía alejarlo demasiado de mi mente. Parecía que siempre estuviera revoloteado en mi cabeza, aunque en ese momento estuviera trabajando o charlara sobre cualquier otro tema. No ayuda que te hablen del cáncer, pero sí que te cuenten historias con final feliz de personas que estuvieron en tu misma situación. Ayuda la superación y ayuda no reprimir las lágrimas. Da mucha esperanza. Incluso en casos como el mío, en el que el cáncer era una posibilidad elevada pero curable en todos los casos.

Sobre el posoperatorio y la espera del resultado de la biopsia (esto interesará sobre todo a las personas a las que vayan a operar de lo mismo), sólo puedo decir que pasas los primeros días, básicamente, durmiendo. Dicen que es porque tu cuerpo se relaja después de toda la tensión, pero supongo que desprenderte de la glándula que regula el metabolismo también afecta. No he querido leer mucho, pero alguien me dijo que también influía en el estado anímico. No sé si es verdad, pero no me extrañaría. Tan pronto estoy eufórica como muy triste, ahora estoy enérgica y, en dos horas, sólo quiero dormir… desde que tomo la pastillita que me acompañará el resto de mi vida (por ahora tengo una dosis de 50 microgramos) mantengo cierto equilibrio, pero no es del todo estable. En fin, sé que el proceso hasta mi vida normal todavía llevará semanas, pero cuando me entran las prisas siempre pienso que lo peor ya ha pasado. Del posoperatorio el peor momento no fueron las curas de la cicatriz, el dolor o el cansancio. Fue aceptar esa pastillita en mi vida.

Finalmente sobre la vida no he aprendido nada nuevo. Todos sabemos que cada día cuenta, que hay que ser felices con aquello a lo que dedicamos nuestro tiempo, que no sabemos cuándo cambiará todo, que nadie tenemos asegurados los noventa años. Pero sí he tenido la oportunidad de ver las cosas en perspectiva y, aunque aún no sé cómo, sé que eso me va a ayudar.

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