Si algo produce desasosiego al ver ‘Her’, la última película de Spike Jonze, es la soledad inexorable a la que la tecnología y el estilo de vida actual abocan al ser humano. Lo que, en principio, debería ser un aliado para no perder el contacto con las personas más cercanas o, incluso, para conocer a otras tantas que no se mueven en nuestros ámbitos, puede acabar convirtiéndose en una especie de trampa, que nos aísla y nos recluye en nuestro mundo interior.
Y es en este punto, en un futuro indeterminado pero, suponemos, próximo, en el que Spike Jonze recrea su película. Una película que tiene más de profética que de ciencia-ficción. Thedore (un hípster Joaquín Phoenix) es un redactor de cartas que intenta sobreponerse a la soledad y la añoranza tras su ruptura sentimental con Catherine, su novia de toda la vida, que ocurrió hace apenas un año. La instalación de OS1, un sistema operativo artificialmente humano, en sus dispositivos, le descubre una nueva dimensión del amor. En Samantha (el nombre que adopta este software ‘encarnado’ en la sensualísima voz de Scarlett Johansson) Theodore encuentra a una amiga graciosa, divertida, ingeniosa, inteligente y sexy, a la que “contar cualquier cosa”. La incógnita es: ¿puede una relación intelectual ideal, pero diseñada con unos y ceros, convertirse en el amor verdadero?
Ganadora del Oscar al mejor guion original, en realidad el argumento de ‘Her’ no sorprende tanto por novedoso (cualquiera que haya visto la serie Black Mirror, en especial, el capítulo ‘Be right back’, coincidirá en que la idea no es del todo original) como por su calidad para llenar dos horas de metraje con las emociones, sentimientos y complejidades psicológicas y sociales a las que se enfrenta un solo personaje que, en realidad, representa a toda una sociedad hiperconectada.
El peso de toda la película recae sobre Theodore, posiblemente el mejor papel defendido hasta la fecha por Joaquin Phoenix, que durante años ha tenido que luchar contra el estigma de ser, ante todo, el hermano de un gran actor, River Phoenix, fallecido hace ya veinte años. Sus misivas, escritas a personas que no conoce, por encargo de sus clientes, descubren a una persona sensible, que encuentra en su trabajo esa habilidad para comunicarse que no supo cultivar en su propia vida (“Catherine está enfadada porque escondí mis sentimientos”, explica en una de sus conversaciones con Samantha). En un ejercicio de interpretación memorable, Joaquín Phoenix (que, en realidad, se llama Leaf, es decir, “Hoja”, un nombre bucólico, como el del resto de sus hermanos: River, Rain, Liberty y Summer) transmite la felicidad de sentirse acompañado en planos en los que le vemos sonreír solo ante una puesta de sol e interpreta la paradoja de experimentar deseo y emociones reales por una compañera que no está, que no toca, que no huele. Y que lo deja solo ante la cámara.
La estética visual y sonora (con la fotografía casi hipnótica de Hoyte Van Hoytema y Arcade Fire a la cabeza de su banda sonora original) crea esa atmósfera mística, a veces livianamente ‘instagramer’, en la que la oxitocina trasciende barreras físicas y éticas. En esta dimensión incorpórea, la música adquiere la categoría de lenguaje extrasensorial entre humanos y máquinas y protagoniza también algunos de los momentos potencialmente más emotivos de ‘Her’.
Sólo quince años separan esta relación de la que Meg Ryan y Tom Hanks mantuvieron a través de su correo electrónico a finales de los noventa en ‘Tienes un email’. Entonces aquello parecía algo casi rocambolesco, pero sólo hay que mirar a nuestro alrededor para comprobar que, entre otras cosas, hoy en día internet también es una suerte de Celestina moderna. ¿Quién puede garantizar que la historia de este Romeo y esta Julieta de la era digital retratada por Spike Jonze no sea sino la antesala del amor del siglo XXI?
Algunas citas de Oscar:
“El pasado es una historia que nos contamos a nosotros mismos”
“El amor es una locura socialmente aceptada”
“¿Son reales estos sentimientos o son solo programación?”
“Nuestra existencia es pasajera. Quiero permitirme la alegría”
«Siento que no voy a sentir nada nuevo, sólo versiones peores de lo que ya he sentido»
Samantha a Theodore: “El corazón no es como una caja. Cuanto más amas, más grande es. Somos diferentes”
Theodore a Catherine: “Me ayudaste a ser quien soy. Eres mi amiga hasta el final”.
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No he visto la peli, lo que, en este caso, me libera y me permite opinar, solo, sobre lo que has escrito. Estaba pensando en eso que se decía en las películas románticas de antes (ahora creo que ya casi no se dice, ¿no?) eso de la «química», eso de «hay química entre nosotros».
Bueno, haber si no me queda muy «Punset». Los neurólogos explican con detalle las reacciones químicas que suceden en nuestro cerebro cuando estamos enamorados, lo que no alcanzan a explicar es el desencadenante de esas reacciones, en términos científicos, creo que el enamoramiento es algo «ideopático» o «atópico», algo así.
La cuestión es que si esa reacción se produce, cualquier factor que lo desencadene es plenamente válido. El enamoramiento es algo personal, en cierto modo es una relación casi parasitaria, lo que te agrada es como te sientes y comienzas a pensar que amas a «él», «la» o «lo» que te produce esa sesación, lo que «amas» es ese estado de alegría que te invade.
A lo mejor a ti te pasa como a mí, yo he sido un adicto al enamoramiento, es una droga fantástica que proporciona esa clase de alegría cósmica, infinita y, al final, vacía.
Si el prota se enamora de la voz de un ordenador me parece perfectamente posible. Si además es la de voz de Scarlett, más aun. Hay que estar muy loco para no enamorarse de la voz de Scarlett (lo siento por todos los que la vean doblada).
Las personas nos enamoramos continuamente, ¿por qué aceptamos que una adolescente se enamoré de su cantante favorito y nos choca que alguien lo pueda hacer de un sistema operativo programado para hacer mucho más «real» esa idealización?
Los enamoramientos, deberían ponerlo en el prospecto, pueden producir, en algunos casos, un efecto secundario maravilloso, se llama amor y el amor no es algo bonito que llene de alegría tu existencia. No, el amor es lo único que te permite llamar vida a tu existencia.
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