cine

Oslo, 31 de agosto

Si alguien quiere destruirse, la sociedad debería permitir que lo hiciera. La cita es de Anders, el personaje al que da vida el actor, músico ¡y médico! Anders Danielsen Lie en ‘Oslo, 31 de agosto’.

La frase, que se enmarca en la conversación que este extoxicómano de 34 años mantiene con su amigo, se alza como pancarta de quien se siente irremediablemente perdido. No es la primera vez que ambos charlan sobre el sentido de esta reflexión, pero mientras que Thomas (el amigo interpretado por el periodista noruego Hans Olav Brenner) la ha olvidado, el espectador entiende que aquellas palabras han dejado poso en Anders e influyen en el modo en que enfoca su futuro. Un futuro que escapa entre sus dedos.

La conversación es sólo un indicio más del desenlace de esta historia que dirige Joachim Trier, primo lejano de Lars, y que se basa en el libro francés ‘Le feu follet’. Una conclusión que ya se adivina desde los primeros minutos de metraje. Porque todo en esta película parece, si no justificar, al menos sí explicar la sensación de pérdida, la melancolía («la melancolía es mejor que la nostalgia”, oímos en la introducción) y el impulso contenido de autodestrucción que siente Anders. Incluido el tema I’ve been losing you de la banda noruega A-ha, que suena en la radio del taxi que le lleva de vuelta Oslo. Es en los lugares, recuerdos y amigos que se suceden durante esta visita de apenas 24 horas sobre los que Trier construye el argumento de su película: tras permanecer diez meses en un centro de desintoxicación, Anders (un chico de clase media, inteligente y de familia culta y ‘progre’) regresa a la capital noruega para hacer una entrevista laboral. Ocasión que aprovecha para visitar a sus seres más cercanos y poner a prueba su recuperación.

La adicción de Anders sirve para que el director nórdico explore el vacío existencial que queda cuando lo que se ha dejado por el camino pesa más que las esperanzas de un futuro mejor. Cuando mañana no hay nada. Ni siquiera al otro lado del hilo telefónico.

La incapacidad para reconstruir una vida rota, la soledad y el rechazo (de los demás y, lo que es peor, de uno mismo) chocan con la sensación de que la vida sigue fluyendo alrededor del protagonista. Así sucede en la escena cotidiana que se desarrolla en la cafetería, donde Anders escucha a hurtadillas como el resto de comensales charlan sobre sueños y aspiraciones como tener éxito, vivir cien años y ser amado.

Desde el punto de vista formal, Joachim Trier (que ya dirigió ‘Reprise’ en 2006) acierta al reflejar esta soledad con numerosos primeros planos del actor caminando por las calles de la ciudad, sin apenas profundidad de campo y rodados con la naturalidad que proporciona el uso de steadycams. Además, estilísticamente la película podría dividirse en dos partes: una primera, más larga y lenta, como el estado de desorientación de Anders durante el día; y una segunda, que comienza cuando cae la noche, en la que la historia se acelera y se precipita ruidosamente hacia el lado oscuro del protagonista.

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