Para Manu.
Es una tarde de otoño. Está empezando a llover y el viento hace que el cartel que cuelga sobre la puerta de la tienda se balancee hacia delante y hacia atrás. Este movimiento pendular produce un chirrido molesto. Un hombre de unos cincuenta años pasa frente a la entrada del antiguo establecimiento. Es MANU. Parece que lleva prisa pero, al escuchar el ruido, mira hacia el cartel oxidado y se detiene bruscamente. En el letrero están escritas las siguientes palabras: “Se vende tiempo”. El hombre se restriega los ojos, mira con cierto temor a su alrededor. Vuelve a echar un vistazo rápido a la inscripción y, tras vacilar unos segundos, abre la puerta de la tienda y entra:
MANU: Hola, ¿hay alguien?
SEÑOR (saliendo de una puerta que hay tras el mostrador): Buenas tardes, caballero. ¿En qué puedo…? Disculpe… (ahora el que se restriega los ojos es él)… no puedo creerlo, ¡es usted!
MANU: ¿Acaso me conoce?
SEÑOR: ¿Cómo que si le conozco? Usted es el escritor que hace veinte o veinticinco años redactó aquel cuento para su taller de Escritura Creativa. Claro que eso fue mucho antes de que se convirtiera en un escritor famoso. Porque, si no me equivoco, usted es Manuel Vázquez, ¿verdad? Ganó el Premio Planeta hace cinco años. Lo recuerdo bien… sobre todo porque a partir de entonces su editorial publicó todos sus relatos inéditos y, claro, imagínese, desde entonces la tienda se me llenó de admiradores suyos locos por comprarle días a la vida.
MANU: Pero, ¿me está hablando en serio?
SEÑOR: ¡Claro! Menos mal que ahora con la crisis la cosa se ha relajado… (se apoya en el mostrador, el hombre parece realmente agotado). ¡Benditas hipotecas ‘subprime’! ¡Bendita prima de riesgo! Si con tanta visita al menos hubiera vendido algo de género, pues me hubiera hecho rico, pero…
MANU: Es que no lo entiendo. ¡Yo jamás había visto esta tienda!
SEÑOR: Verla, seguro que la vio. Otra cosa es que se fijara. Este es un negocio familiar… pero ¡de relojes! ¡“Se vende tiempo” es un eslogan publicitario! Como el “No compre aquí. Vendemos muy caro” del primo de mi padre, el zapatero, ya sabe: el de Los Guerrilleros. Apuesto a que un día usted pasó por la puerta, leyó inconscientemente el cartel y, ¡voilà!, la idea se quedó en su cabeza e hizo que germinase su relato.
MANU: No sé, es posible… (se toca la cabeza dubitativo) Entonces usted, ¿no vende tiempo?
SEÑOR: ¿Me está usted tomando el pelo? Ya le he dicho ¡que no! ¡Que vendo relojes! Tengo Rolex y también Lotus, Seiko, Viceroy, Time Force, Swatch… Los vendo de cuco, de pulsera, de pared… ¿Está interesado en comprar alguno?
MANU: Pues la verdad es que no, yo solo he entrado porque…
SEÑOR: No ve, ¡como todos! Entran buscando ganar tiempo y lo único que consiguen es que yo lo pierda.
MANU: La verdad es que esta conversación me está haciendo sentir culpable.
SEÑOR: No se preocupe. Ahora, si no desea nada más, le ruego que se vaya y me deje terminar mi trabajo.
MANU: ¡Espere! (sus ojos se abren de par en par) ¡Ya sé lo que haremos! Le compensaré con otro cuento. Un cuento sobre el mejor relojero de Madrid.
SEÑOR: ¿Otro cuento sobre esta tienda? La verdad es que casi preferiría que se abstuviera. Agradezco su interés, pero el daño ya está hecho. No hurgue más en la herida…
MANU: ¿No lo entiende? Esta vez haremos que usted obtenga un beneficio de mi relato. Porque ahora los clientes entrarán en su tienda para llevarse un reloj. Pero no un reloj cualquiera: un reloj mágico. Un reloj que permite a sus portadores viajar en el tiempo, ¿qué me dice?
SEÑOR: No lo sé, Manuel. No me gusta engañar a los clientes…
MANU: No será ningún engaño. Ellos comprarán sus relojes como ‘souvenir’. (Carraspea y pone voz de cliente ‘snob’) “¿Te gusta? Lo compré en la tienda del mejor relojero de Madrid. Dicen que con algunos de estos puedes viajar en el tiempo”, les dirán a sus amigos cuando les enseñen su compra. Y todos contentos: ellos, con sus relojes; yo, con mi cuento; y usted, con su negocio. ¿Cómo lo ve?
SEÑOR: No lo tengo claro, Manuel. No lo tengo claro…
MANU: De acuerdo. No hace falta que lo decida usted. ¡Déjemelo a mí! (Manu dedica una amplia sonrisa a su interlocutor y, excitado, da media vuelta y sale a toda prisa de la tienda) ¡Le veré pronto!
El relojero se queda solo en la tienda. Sonríe para sí mismo. Se oye el tic-tac de los relojes. Un gato persa, de pelo canoso, sale de la puerta que hay detrás del mostrador y salta sobre la encimera.
SEÑOR: Estás aquí, lindo Cronos (acaricia al misino, que ronronea). Ya has oído, Manu escribirá otro relato sobre la tienda. ¿Sabes qué significa eso? Más y más humanos que vendrán a vernos. Humanos que darían lo que fuera por ganarle la batalla al tiempo (saca un viejo reloj de arena de detrás de la barra, lo posa sobre la mesa. Hace un gesto con la mano y la cascada de arena se detiene en seco. La estancia se queda en el silencio más absoluto). Lo que fuera.
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